Extracto del artículo de Ramón Oliver en El Economista, en colaboración con Beatriz Sanz, Miguel Ángel Pérez Laguna, Angel Largo y Eduardo Jáuregui
(…) En algunas parcelas empresariales el humor lleva mucho tiempo instaurado como un medio efectivo para la obtención de resultados. Uno de ellos es la actividad comercial.
«No hay más que darse una vuelta por un mercadillo o ver los anuncios que ponen por televisión para darse cuenta de que la comedia es una herramienta clave en la venta», comenta Jáuregui.
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y esta se logra más fácilmente arrancándole una sonrisa al comprador.
«Hoy los servicios ya no se diferencian tanto, y vende más quien es capaz de generarle una buena experiencia a su cliente», argumenta.
«Tras la crisis económica muchos bares colgaron carteles que decían cosas tipo: ‘se necesitan clientes, ¡con o sin experiencia!'», relata Jáuregui.
Cobra fuerza una tendencia a tomarse ciertas licencias con el comprador que alcanza a todo tipo de compañías.
Algunas como la aerolínea estadounidense de bajo coste Southwest incluso ha hecho del humor parte de sus señas de identidad.
«Los vídeos de los asistentes de vuelo de Southwest, que cuentan las instrucciones de emergencia como un monólogo cómico o un rap, se han vuelto virales», añade este especialista.
Eso sí, hay límites. Beatriz Sanz alerta contra un tipo de humor tóxico que prolifera en las relaciones laborales y que suele adoptar las formas de la ironía y el sarcasmo.
«Son comentarios, aparentemente jocosos, pero con los que se busca hacer daño. Y eso no es humor; es un ataque sibilino que se lanza para intentar quedar por encima del otro».
El límite, estima Miguel Ángel Pérez Laguna, está en la educación de cada cual.
«Tenemos que darnos cuenta de cuándo alguien se ha podido sentir dolido por un comentario nuestro, aunque la intención solo fuera hacer un chiste.
El humor se basa en la empatía para conectar con las personas. Y desde el daño no puede haber ni empatía ni conexión», advierte.